sábado, 31 de marzo de 2012

ESCRIBO

                                                                                   William Smith


Escribo porque las cosas del mundo tienen tu olor, tu color, tus dimensiones. Por la emoción de tu corazón de fiesta. Por el alboroto feliz de tu edad de petirrojo. Por la luz de tu mirada tocándome, asilándome, consintiéndome. Por eso escribo.

Porque me inculcan las cosas con las que vas por la vida y me tocan al final de la noche. Porque me infunde tu manera de combinar las horas, los días, las señales, los símbolos, y por darte las artes y el tiempo para (hasta este tiempo) no dimitir.

Escribo porque para describirte no me bastan los bosques, la lógica, las montañas, la dialéctica, y las palabras se consumen y restituyen a la hora de identificarte. Porque tienes de papel en las manos de pianista y de tinta en el corazón silente. Por esa calidad tuya para gobernar la vida desde tu perspectiva de fantasma (apareciendo y desapareciendo según las condiciones del clima, las fases de la luna, el periodo menstrual).

Porque escribir es un acto de dogma si es sobre tu nombre. Un silencio perpetuo de noche si es sobre tus ojos. Por eso escribo desde cualquier lugar por donde pasas, por donde pisas, por donde posas. Porque tu complicidad esta a la medida de mi culpa y mi culpa a la medida de tu acatamiento. Por eso escribo como un condenado, como un alfarero de tu estructura, de tu locura, de tu ternura. Porque forjas los elementos más esenciales que instauran las estaciones, que maduran el amor, que contienen tu propia índole insular y secreta.

Porque asumes tu condición suplementaria de afluente de río ante la mía accesoria de puente. Por el estilo tuyo de no dejar lugar para las dudas y manejar las causas y consecuencias de lo que dices o inventas, de lo que alteras u ocultas. Por tu pelo de sirena dormida. Por tu boca de cigarro rubio. Por tu sabor de pan recién amanecido. Por eso escribo.

Escribo porque la puerta de tu corazón permanece abierta para pase el viento de mi regodeo. Porque detrás de la tarde siempre aparece tu risa de relámpago, tu piel de luna vespertina, tu tamaño de cereza. Porque te empapas de vino para mi sed de peregrino y salpicas de escarcha para mis ojos de duende. Porque más allá de la noche tus pies transitan los caminos que me yerran, que me incitan, que me inciden.

Escribo porque tu lenguaje me envuelve, me rodea, me sitia como a una isla o como a un adorador solitario y silencioso de tu imagen, de tu ansias, de tu pasión. Por tus contornos de playa. Por tus ancas de paréntesis. Por tu vientre de fragua. Porque hundes mi navío en las olas más turbulentas del océano de tu amor eficiente. Por eso escribo. Por eso.

Escribo, en fin, porque he descubierto que te debes a la lluvia por tu tibieza nocturna y al mar salado de octubre por el olor de tu respiración cuando quedas inerte.



Ferreñafe, 18 de marzo del 2012.