domingo, 23 de septiembre de 2012

Filomena Eternamente

Filomena, tu ausencia  llena mi ser de primaveras muy pálidas
Cuando empiezo a  escribir  estos versos,
Alcanzo a ver tu imagen de madre terrenal,
De una intensa y profunda espiritualidad,
De una  religiosidad  ardiente y sin tabúes,
Porque tu humanidad era desbordante, propia de un ser excepcional,
Mi  filosofía nunca entenderá porque nos dejaste tan pronto,
Tú presencia iluminó tu entorno de alegría y ternura.
Tus enseñanzas alumbrarán por siempre nuestros pasos. Tú trascendiste en vida,
Por siempre degustaré de tus caballas saladas, de tu exquisita chicha de jora,
De tus bromas llenas de picardía.
Tu sabiduría te permitió multiplicar el pan, las yucas, la comida y  todos estuvimos
Satisfechos con tus amenas atenciones,
Hasta la Alameda está triste por tu ausencia y los ficus dejaron de silbar y aplaudir.
Tu bella forma de ser nos llenó de sencillez, de coraje, de resolución ante la vida,
De luchar por los justos sueños y los deseos de ardiente amor.
Nos enseñaste a meter la sangre en nuestras ideas, bella forma de trascender.
Estarás siempre en el callejón de tu casa, con tu vestido floreado llena de primavera,
lavando en tu batea las horas amargas para transmutarlas en días de esperanza.
Porque tus manos siempre convirtieron lo que tocaste en bondades.
Tu forma de enfrentar la vida era quijotesca, nunca desmayaste ante el dolor,
Te atreviste a encarar a la muerte con resolución, creo que te reíste de ella,
Tu dimensión de mujer enarboló siempre el amor total.
Tu vida encarnó la solidaridad, la ternura, el amor, las quimeras.
Siempre te recordaremos caminando descalza, perdiéndote por la acequia El Pueblo,
Presta a trabajar y alegrar los corazones de quienes te amaran eternamente.
Siempre crecerá en nuestro ser la semilla viva del afecto al prójimo,
De compartir tu comida, tu techo, tu cama, tu amor, con las mozas que te visitaban.
Siempre serás la madre eterna, la que ha dejado un hondo vacío en nuestros corazones.
Y desde la inmortalidad vendrás a iluminar mis pasos.
Y me ayudarás a apaciguar el temperamento de mis demonios.
       Por José R. Primo Bonilla

                                                                       Tierra de la Doble Fe, junio de 2012